Era una joven universitaria cuando quedé embarazada. La confirmación del embarazo me produjo gran ansiedad. No encontré valor para decir la verdad. Además, pensé que la noticia de mi embarazo, adelantaría la muerte de mi madre quien estaba padeciendo de cáncer terminal.
Escuché el consejo incorrecto, y encontré en la alternativa del aborto, la manera de encubrir mi culpa y vergüenza. ¡Nada más lejos de la verdad!
No recuerdo haber sido informada del proceso al que me iba a someter. Tampoco recuerdo lo ocurrió con mi cuerpo, y el de mi bebé. Lo único que puedo recordar es cuánto lloré antes de entrar a la Clínica, mientras esperaba mi turno, y cuánto lloré arrepentida al salir de aquel frío lugar.
Al año falleció mi mamá. Ahora me encontraba profundamente herida y traumada por el aborto, sin bebé, huérfana de madre y frustrada por sueños inconclusos.
Para compensar el dolor comencé a correr hacia el cumplimiento de metas académicas, profesionales, ministeriales y personales. Seguido del BA, terminé la MA, y sin perder tiempo el Doctorado. Participé en sin número de proyectos, y cuando menos me ocupé de dos y tres trabajos a la vez.
En el 2020 el Señor provocó un PARE en mi desenfrenada urgencia de hacer más y más. Después de 23 años, comprendí que las metas, títulos, obras y logros, jamás vistieron mi desnudez delante de Dios. Necesitaba DETERNERME, y era ¡YA!
Fue entonces cuando participé del Retiro Aún Más Profundo “Deeper Still” en Fallbrook, CA; y luego hice el Estudio Bíblico Camino a Sanar en PR. Allí Dios comenzó un proceso hermoso de sanidad de las heridas profundas provocadas por el aborto.
Puedo decir, con mi cabeza en alto, que soy hija amada de mi Dios Padre, y madre de un varón que mora con su Creador. ¡Hoy levanto mi voz! En Cristo he sido restaurada, vestida con ropas de honra, soy perdonada y libre. Hoy puedo disfrutar de estar quieta y descansar en Él. Tengo razones suficientes para no querer guardar silencio. ¡Nunca más!